miércoles, 11 de febrero de 2009

Filosofía

¿Cómo mueren los filósofos? (Primera parte)

Esta semana aparecerá en nuestras librerías "El libro de los filósofos muertos", de Simon Critchley. La amena obra, que recorre la forma de morir de 190 pensadores, acaba de ser comentada por The New York Times, reproducida aquí en nuestro blog, dividida en tres partes. Vale la pena leer el artículo que comienza hoy y va hasta el viernes.

Heráclito -quien creía que todo estaba en un estado de flujo- murió, de acuerdo a un relato, ahogado en un montón de bosta de vaca. El filósofo Francis Bacon, aquel gran defensor del método empírico, murió de su propia filosofía: en un intento por observar los efectos de la refrigeración, en un día helado rellenó a una gallina con nieve y se enfermó de pulmonía.

Un filósofo muere del mismo modo en el que ha vivido y creído. Y podemos entender su pensamiento por su manera de morir, o al menos eso pareciera decir el filósofo Simon Critchley en su libro, descaradamente titulado "El libro de los filósofos muertos" (Taurus Ediciones, 2008).

Critchley tomó su tesis del axioma de Cicerón: "Filosofar es aprender a morir", es decir, para comprender el sentido de la vida, el filósofo debe intentar comprender la muerte y su significado, o posiblemente su falta de significado. Y para Critchley, uno no puede separar el espíritu de la filosofía del cuerpo del filósofo. En sus propias palabras, "Uno puede abordar la historia de la filosofía como una historia de filósofos que proviene de ejemplos recordados, a menudo nobles y virtuosos, pero a veces abyectos y cómicos". Agrega, "El modo de morir de los filósofos los hace más humanos y demuestra que, a pesar del elevado alcance de su intelecto, tienen que jugar con las cartas que les reparte la vida al igual que al resto de nosotros".

Por consiguiente, Critchley, decano de filosofía del New School for Social Research, ha escrito un libro compuesto de anécdotas cómicas y maravillosas sobre las muertes de alrededor de 190 filósofos, desde antiguos hasta modernos. No se sientan intimidados por esa cantidad de siglos. Y tampoco tienen que leerse el libro de un tirón, aconseja Critchley. Pueden entrar y salir "a piacere". A través de las páginas del libro se pueden recorrer las muertes de Diógenes, quien despreciaba los placeres carnales y de quien se dice que se suicidó reteniendo su respiración y de Julien Offray de La Mettrie, ateo y hedonista, quien murió después de haber comido grandes cantidades de paté con trufas.

Feliz cumpleaños

Ludwig Wittgenstein, quien consideraba que la vida y la muerte formaban parte de la misma intemporalidad, murió el día después de su cumpleaños. Un amigo le había regalado una frazada eléctrica. "¡Que cumplas muchos más!," le dijo el amigo. "No cumpliré más", le habría contestado Wittgenstein supuestamente.

Critchley cuenta que Voltaire, después de décadas de haber hablado pestes de la Iglesia Católica, anunció en su lecho de muerte que quería morir como católico. Pero el párroco, escandalizado, le preguntaba una y otra vez: "¿Cree en la divinidad de Cristo?" Voltaire le rogó, "En nombre de Dios, Monsieur, no me hable más de ese hombre y déjeme morir en paz".

Hegel, quien, al igual que muchos filósofos, según Critchley, consideraba que la filosofía era una abstracción, gemía, mientras moría de cólera: "Sólo un hombre me comprendió... y él tampoco me comprendió". (Por Dinitia Smith - The New York Times)

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